JESUCRISTO TE PREGUNTA: ¿QUIERES SER MI ESPOSA?

Como Cristo está entero en cada partícula

de la Hostia, así análogamente, la Iglesia esposa del Cordero, está entera en cada mujer bautizada, y por eso en ti la Iglesia entera ama a Cristo con tu amor esponsal. Y la virtud principal de la esposa es la obediencia amorosa: el hágase en mí, de María.

 

    

Con gusto Jesús te recibo
a Tí que llamas a mi puerta,
a Tí que andas peregrino
buscando saciar tu sed sedienta.

Entra Señor en esta morada
quédate en ella y descansa,
conviérteme en fuente de amor sereno
para aquellos que van sedientos.

Bebe Señor el agua que te ofrezco
mi pobre corazón y mis anhelos
de amarte cada vez más y
que seas mi Dueño.

Amén.
 

 

Esposo mío
en Ti confío
A Ti te ruego
A Ti me entrego
Contigo hablo
no con el Diablo
Viva tu Amor
que amo y contemplo
en mi interior
como en Tu templo.

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Los cuatro puntos cardinales del amor esponsal
1) Esposo mío
en Ti confío
2) A Ti te ruego
A Ti me entrego
3) Contigo hablo
no con el Diablo
4) Viva tu Amor
que amo y contemplo
en mi interior
como en Su templo


ETAPAS DEL AMOR DIVINO - Concepción Cabrera de Armida

En 1931, seis años antes de su muerte escribió:

Yo he sentido en lo más íntimo de mi alma tres etapas del amor divino:

Primero, amar, amar con locura, con delirio, con pasión, con humildad sí, pero con vehemencia y fuerza de cielo dada por Él.

Después, he sentido la necesidad y el vivo deseo de Jesús, de no sólo tender a su amor como el imán al acero, no sólo de ampliar el alma para abarcarlo (a ser esto posible), sino el amor de dejarse amar, de abandonarse a su amor, de entregársele sin reservas ni condiciones ni exclusivismos, sino total, absoluta

y plenamente, para que haga y deshaga con toda libertad en lo que le pertenece […].

He encontrado otro amor en el amor mismo, amor humilde, audaz, amor de pudor subidísimo, de confianza, ilimitada, amor infantil a la vez muy alto: encierra al mismo tiempo sencillez y audacia; cierra los ojos para ver lo que uno es, y revistiéndose de lo divino, atrae al Amado, con la tranquilidad y naturalidad

ue nace de esa clase de nuevo amor: de libertad amorosa.

Y ¿cuál es ese amor? Nada menos que llamar a Jesús con pasión divina, y de lo muy hondo del alma,decirle: Jesús, quiéreme Tú, bésame Tú, acaríciame Tú […] ¿verdad que me vas a querer mucho, mucho, con todo el amor de un Dios hombre, con el amor mismo con que amas a tu Padre, con el Espíritu Santo)

(Carta 57, 222-224; 11 de noviembre de 1931).

Tomado de:Eco de mis amores. Selección de textos de Concepción Cabrera de Armida.


Publicaciones CIDEC, México,2010 (Colección Cruz Viva 7).


Misioneros del Espíritu Santo y Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús.


Centro de investigación y difusión CIDEC


Jesús María, San Luis Potosí, México, Apartado Postal 40, 79500 Villa de los Reyes, S.L.P.,


Tel. 01 [485] 852 7070 / Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

AMORES COMPATIBLES

Concepción Cabrera de Armida “Nunca me impidió el ser esposa y madre la vida espiritual, antes bien, parece que desde que contaba un

año y medio de casada, comenzó el Señor con más fuerza a llamarme a la perfección [de su amor], a darme sed de humillaciones y en dónde ejercitarlas… a que amara más y más el sacrificarme por Él. En cerca de 17 años que duré casada, lo más del tiempo estuve con enfermos, enfermedades y sufrimientos:

pero esto no me impidió nunca el llevar al Señor en lo muy íntimo de mi alma… el que [Él] se me comunicara de diversos modos… el que me absorbiera su presencia y me introdujera en muchas clases de oración.

Crecía, crecía el fuego, la vida, el amor divino en mi pobre corazón, a la vez que las luces de la pureza, el ansia de pertenecerle, de ser toda suya” (Autobiografía 3, 1-3: Eco de mis amores p. 47)

“Jesús le dice un día: "Te casaste por mis altos fines; para hacer brillar más mi poder; para tu santificación y la de otras almas; haciéndote un vivo holocausto en favor de la santa pureza. Me dijo que también (me da vergüenza decirlo) para que se viera que no era incompatible el matrimonio con lo de Él

[es decir el tener a Cristo por esposo del alma], y las obligaciones [del esposo y los hijos] con la piedad, y también por otras altísimas razones que se reservaba" (Autobiografía V, 3, 366; Eco de mis amores p. 47-48)

“A mí nunca me inquietó el noviazgo, en el sentido de que me impidiera ser menos de Dios. Se me hacía tan fácil juntar las dos cosas. Al acostarme, ya cuando estaba sola, pensaba en Pancho [su novio] y después en la Eucaristía, que era mi delicia. Todos los días iba a comulgar y después a verlo pasar [a

Pancho]. El recuerdo de Pancho no me impedía mis oraciones (Autobiografía V 1, 71-74, Eco de mis amores p. 44)

“A mí no me estorbaba el cariño de Pancho para amar a Dios. Yo lo quería con una sencillez muy grande y como revuelto con el amor de mi Dios” (Aut, 1. 32-33; Eco p. 45)

“Sentía hambre de ver a Dios amado [por los demás] y me iba al Sagrario de Catedral y le decía: ‘Señor,

me quiero casar y que me des muchos hijos para que te amen; ya ves que yo no sirvo, y quiero verte

amado’. Todos los días le escribía una carta e iba a leérsela al Sagrario” (Aut. Hojas sueltas, 369, Eco de

mis amores p. 45)

Yo ocurrí a Dios, sí, desde muy niña; no sé qué instinto me llevaba a Él y lo sentía en mi corazón como una gotita de alivio y de consuelo; pero no tuve a mano quien me enseñara el camino. Llegué a creer en mi orgullo, en singularizarme, y seguí la corriente, llevándome sin embargo frentazos terribles en donde

creí verme entendida” (CC. 2A, 1 y 2; hojas adicionales; Eco p. 39)

“En mis penas de niña, cuando me regañaban, y aun sin nada de esto, me encantaba esconderme y platicar con los ángeles, y así lo hacía, refiriéndoles lo que me apenaba, y pidiéndoles su ayuda para otros y para mí. Yo sentía en esto y en invocar a la Santísima Virgen, mucho consuelo, y plena seguridad

de ser escuchada. A Dios directamente no me atrevía, le tenía mucho respeto” (V 1, 10-11; Eco p. 39)

“De muy niña tuve un sueño, visión, o no sé qué sería, pero se me quedó muy grabado en mi memoria, y aún más, en mi corazón. Vi al Señor vivo, palpitante, con un vestido morado de terciopelo, que se acostó en mis faldas, es decir su cabeza en mí, estando yo sentada en el suelo. Jugaba con sus sedosos rizos,

con su pelo, con mucho respeto y amor, y Él, de vez en cuando, me miraba, volteando sus ojos garzos para arriba, bañándome aquella mirada de una sensación divina que nunca había sentido. Esto duró un buen rato y, aun después de tantos años, no lo he podido olvidar, y lo recuerdo conmovida (V 1,21; Eco

p. 39-40)

“En el campo, en las cañadas cubiertas de árboles, en esa sierra de Las Mesas de Jesús, ¡oh Dios mío, era yo muy niña y mi corazón se lanzaba hacia Ti, buscándote, dándote gracias por tanta belleza! A mí la naturaleza siempre, como la música, me ha elevado a Dios. ¡Yo presentía dentro de mí, Señor, casi sin

conocerte, tu presencia, tu hermosura, tu poder y tu bondad!, y al recordar mis sentimientos ocultos de niña, de joven, de casada, de viuda y de todos los estados por los que he cruzado, mi alma llora de gratitud, porque Tú, mi Dios, ocupabas ya sin saberlo, el fondo de mi corazón, lo íntimo de mi ser, la parte

más noble de mi espíritu; ésa, Señor, ¿verdad que siempre te ha pertenecido?” (V 1, 100; Eco p. 41)

“Crecí como la yerba de los campos, al natural, y qué poco entendí, ¡Dios mío!, tus gracias y favores, la predilección tan singular con que siempre has cubierto a mi pobre alma, la ponzoña mía ¡tanta!, que quitaste de mi camino. Yo he cruzado por entre la lumbre sin quemarme… por entre el cieno, ¡oh Dios de

mi corazón! Sin ensuciarme. ¿Cómo pagarte, mi Bien, tamaños favores?” (V 1. 101; Eco p. 41)

“Quería ser santa y no sabía cómo; no encontraba la puerta y lloraba mi soledad. Por las tardes, al oscurecer, me iba a la Iglesia de San Juan de Dios, y ahí, cerquita del Sagrario, desahogaba mi pecho cerca de Jesús. Le ofrecía a mis niños, a mi marido y a mis criados, pidiéndole luz y tino para saber cumplir mis deberes” (V 1, 157, Eco p. 52)

“Un día, poco después de los ejercicios que dije antes, andaba yo en la huerta de Jesús María, haciendo oración, cuando sentí vivísimos deseos de llamar a Nuestro Señor que me acompañara. Todo fue hacerlo y sentirlo claro junto a mí, andando al paso que yo andaba. Luego, llena de amor y gratitud me puse a

platicarle, y voy oyendo su dulcísima y suavísima voz que me dijo que lo llamara siempre y con mucha confianza; que para que me enseñara a andar todo el día en su presencia, lo invitara desde la mañana, lo atendiera, le platicara y llevara en todas mis ocupaciones. Me dijo que no tan sólo me figurara tenerlo en

mi interior, sino también junto de mí, siempre mirándome. Que cuando durmiera, fuera sobre su divino Corazón; que mientras más lo convidara más pronto vendría a serme necesaria su compañía, hasta que llegara el día en el que en ningún instante nos separáramos. Después se fue y me quedé yo con un vacío inllenable.

Al día siguiente luego lo llamé, y así mucho tiempo, y siempre venía, ¡oh mi Jesús! sirviéndome mucho }este modo de verlo y sentirlo junto a mí en lo futuro.

Al pasar una puerta, le dejaba el lugar; al sentarme le ponía su silla junto de mí mientras cosía, etc. Cuando iba a la cocina a hacer el pan, a tocar piano y hasta a darles el pecho a los niños, Él siempre estaba junto de mí. ¡Qué primor de mi Cielo! (V 1, 164-166; Eco p. 52)

A la muerte de su esposo: “Por fin aquel tifus que en nueve días avanzó hasta el sepulcro, por permisión divina, llegaba a su término. Era horrible mi pena, el cariño natural aumentado a un grado sumo, la pena de ver padecer a quien para mí […] fue siempre un completo modelo de caballerosidad, delicadeza y

cariño […].

Señor, Señor, lo que Tú quieras, ¡ten sólo, misericordia de mí! Y desde aquel momento, sentí, que aquella daga me atravesó, pero al traspasarme vino a mi espíritu una fuerza desconocida y sobrenatural. Cesaron por entonces mis lágrimas y no pensé ya, sino en proporcionarle a aquella alma los mayores

auxilios espirituales, por sí, y por otros cuantos pudiera […] Desde aquel momento, sentí la fortaleza del Espíritu Santo, para aceptar con serenidad el terrible golpe que venía directo a partirme el corazón y a arrancar el padre a mis hijos […] Desde que me determiné a perderlo, ofreciéndole al Señor mi sacrificio,

desde que lo preferí a Él pisándome el corazón, sentí en mí espíritu, una fuerza superior que me ayudó y aún me ayuda en medio de mi dolor ” (CC 17, 216-223; 248-250; 17 set de 1901, Eco p. 62)

 

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