Amar Nuestros Límites

El demonio de la Acedia y el rechazo de los límites
"Dame a conocer mi fin para que comprenda
lo caduco que soy y tenga un corazón sensato"
(Sal 38,5)
"He visto el límite de todo lo perfecto:
Tu mandato se derrama sin límite"
(Sal 118,96)
"Llega el día de reconstruir tus muros
y de ensanchar tus fronteras"
(Miqueas 7,11)

Solemos entristecernos por nuestras limitaciones. A veces con razón. Sobre todo si somos culpables de ellas. Pero no siempre es así. Y no suele serlo en los que se esfuerzan por avanzar en el camino del amor de Dios.
Es bueno examinar si no se esconde, en el rechazo de los límites puestos por Dios, una tentación de acedia. De ahí que me ha parecido conveniente exponer algunas consideraciones.
Pueden servir para aplicarlas a nivel personal y/o comunitario-eclesial.
Amar nuestros límites para que el Señor nos dilate
El dicho de Jesús: "el que se humilla será exaltado" [1] es una promesa.  Anuda en sí dos virtudes: la humildad con la esperanza.  La esperanza, de alguna manera funda y posibilita la humildad.  Lo que sigue quiere ser sólo una exploración de esa misteriosa conexión y gemelazgo entre humildad y esperanza.
Defino aquí la Humildadcomo "amar los propios lími­tes".  Amarlos es no sólo aceptarlos resignadamente.   Es afirmar positivamente su bondad: "Bonum mihi Domine, quia humiliasti me”[2].  "Me ha tocado en suerte un lotecito de delicias, me encanta mi heredad"[3]. Así como soy: soy "la obra de tus manos"[4].
LaEsperanzase funda en la bondad del que nos crea limitados con bondad ilimitada.  El Señor ama ilimitadamente mi limitación.  Nos engrandece por la vía del amor de nuestra pequeñez.  Nos engrandece en la aceptación gozosa de nuestros límites.  Y esto sucede principalmente de dos maneras: en nuestra obediencia y en nuestra paciencia.
2 Obediencia: límite de la propia voluntad
Los mandamientos son un límite.  Manifiestan la voluntad de Dios y marcan en ella el límite de la mía.  Los mandamientos marcan un límite a nuestro obrar.  Señalan un molde donde ha de volcarse nuestro querer, para adquirir la forma del amor divino. Así que precisamente por allí por donde se nos pone un límite, se nos ofrece - por l camino de la obediencia a Dios - la dilatación de nuestro corazón estrecho "Corrí por el camino de tus mandamientos, cuando dilataste mi corazón" (Sal 118,32).  Los elogios de la Ley en el Antiguo Testamento, muestran a los mandamientos como límites amables, que no recortan la libertad, sino que nos hacen libres.
Si no sabe el hombre a dónde ir ¿de qué le sirve poder tomar cualquier camino? 
Pero si lo que quiere es ir a Dios, ¿para qué quiere otro?: la senda de los mandamientos, le ensancha el corazón.  Los mandamientos son límites amables.  No nos empequeñecen, nos engrandecen.  La voluntad que obedece por amor, se agiganta en el amor todo lo que se achica en la obediencia.  Se da a sí misma todo lo que se niega a sí misma.  Poniendo un límite a mi voluntad, dilataste mi voluntad.  Amo Tu voluntad ilimitada, y así, la mía, se dilata en la Tuya.  Por eso, Tú, al crearla limitada y libre para auto limitarse por amor a Ti y ser dilatada en la abnegación, viste que "Era muy buena" (Génesis 1, 31).
3 La negación del límite: la soberbia y la envidia
Eva no aceptó la limitación que Tú ponías a su libertad prohibiéndoles un fruto.  El tentador la indujo a razonar contra ese límite a su apetito.  Ella vio que el fruto era agradable a los ojos y bueno para comer y comió y dio a su esposo para que comiera.  Desdichada Eva ¿limitas tu voluntad a tu apetito?  ¿excluyes de tu juicio acerca de lo bueno la voluntad de Dios?  ¿No quieres límite a tu querer y piensas dilatarlo para que sea como el de Dios?
A eso la inducía la anti-promesa satánica: "Seréis como dioses".  A la que ya era imagen y semejanza se le prometía la igualdad.  A la que en su limitación espejaba la perfección sin límites de Dios, se le mentía una posibilidad de ilimitación.  Y así incurre Eva en la soberbia y en la envidia.  Soberbia es no querer tener límite al querer propio.  Envidia es invidencia: perder de vista el bien de los propios límites y considerarlo un mal; ver como bueno el fruto malo y como malo al Dios bueno.
4 Dioses con contorno
Como consecuencia del rechazo del límite interior, del límite espiritual que la voluntad de Dios ponía a la libertad del hombre; como consecuencia de dejar de amar y comenzar a aborrecer la limitación constituyente de su querer creado, el corazón de la primera pareja, levantado en soberbia, herido de invidencia, comenzó a rechazar todo límite. A la vez descubrió y repudió todos los demás límites de su ser creado, contingente, material, compuesto, frontera de alma y cuerpo, de espíritu y materia.  Vio y repudió el límite corporal, el contorno que recubre su piel, sus límites físicos.  La promesa de ser como dioses, les abrió los ojos a la realidad frustrante de su pequeñez física.  Los candidatos al infinito se terminan en su piel.  Por eso los aspirantes a dioses se avergüenzan de ella.
Se avergonzaron de verse desnudos no porque descubrieran la virtud del pudor, sino porque nunca antes habían rechazado avergonzados sus límites físicos.  Desde ahora, verse el uno al otro les recordaba que no eran dioses, sino todo lo contrario de seres ilimitados.  Sus ojos soberbios se herían en la visión de un ser finito, prisionero de un contorno de piel.  Dejaron de amarse a sí mismos tal como habían sido y eran, obras de las manos divinas, amasadas del barro, pero con un soplo de Dios en las narices.  Olvidados del soplo, se avergonzaron de lo común con los animales: un cuerpo hasta ahí no más, y sin pelos siquiera para esfumar la rotundez del límite corpóreo.  Parecidos en eso a cualquier objeto.  Avergonzados de ser "como cualquier cosa" se fueron a ocultar, confundiéndose (la confusión es otro nombre de la vergüenza) entre los vegetales.  He ahí otra consecuencia de la soberbia y la invidencia: no querer ser visto tal como uno es y no acepta ser: dioses lampiños.
5 Dios crea limitando
¿Qué razón hay para amar los propios límites?  Que Dios los creó y halló que eran buenos.  Dios los ama.  Los seres creados, los que no somos Dios, somos nuestra limitación.  Y Dios la encuentra buena y la bendice ¿por qué no yo?  A esa rara mezcla que soy, de ser hasta ahí pudiendo no haber sido, los filósofos le llaman contingencia: la no necesidad, el poder no ser, ser hasta ahí no más.
Soy hasta ahí.  En el tiempo y en el espacio.  Desde el seno al sepulcro; hasta mi piel, hasta donde mi brazo alcanza, hasta donde llego paso a paso.  Soy hasta donde entiendo.  Y ni siquiera entiendo bien hasta dónde soy.  Soy consciente, pero mi conciencia, como una sábana corta, nunca alcanza a cubrir todo lo que soy.
Dios todo lo creó separando y poniendo límites: entre luz y tinieblas, entre aguas de arriba y de abajo del firmamento, entre mares y tierra, entre hierbas y árboles de fruto, entre especie y especie de animales y plantas, entre día y día, semana y semana, tiempos y fiestas.  El Dios de los Ejércitos, creó todas susDivisiones.  Y vio que todo era muy bueno.
Dios es también, aunque por otros misteriosos motivos, autor de la separación de las lenguas y de las fronteras de los pueblos.  Y a cada tribu del pueblo de Israel le asignó un territorio, que Josué les sorteó y en cuyo libro encontramos descritas, con fruición minuciosa y extensa, sus fronteras.
Dios ama los límites de sus criaturas.  Las amasa con límites.  ¿No reside la forma en los límites de los cuerpos? ¿Y no está en la forma la belleza?  Resulta que la belleza está en los límites y que ellos son los que hacen que algo sea hermoso.  Apenas creados, Dios los mira, los aprecia y los declara buenos...y hermosos.  En sus límites.
6 ¿Y la muerte? ¿Límite amable?
¿Amar también la muerte? Límite último.  San Francisco la llamó hermana.  Es ese también un límite que el Señor dilata con sus promesas de vida eterna.  Aquí la esperanza viene en ayuda de la humildad.  ¿Cómo no amarla si es umbral?  Ignacio de Antioquía uno de muchos, corrió a ella.
El que era igual a Dios, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado.  Es decir que se hizo obediente.  Hasta la muerte y muerte de Cruz.  Aceptó pues el límite por obediencia.  "Si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero sino como quieres Tú".  Su Pasión voluntariamente aceptada: "Mi vida nadie me la quita, yo la doy voluntariamente".  Voluntariamente se sometía a la violencia de los hombres por obediencia al Padre.  Era necesario que el Nuevo Adán aceptara de una vez por todas el límite a la propia voluntad que el hombre ya no podía aceptar.  Era necesario que delimitara nuevamente a la soberbia humana irreversiblemente extralimitada y exorbitada: "Sacrificio ni holocausto, no quisiste.  He aquí que vengo como está escrito de mí, para hacer tu voluntad"."Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre".  Por eso el memorial de su muerte podrá ser comida para nosotros.
7 Los límites del Paraíso
¿Hasta el Paraíso tenía límites?  Sí Señor.  El Señor plantó un jardín.  El Gan-Edén, jardín de Edén o parque deleitoso, era, como lo sugiere la raíz hebrea ganán, un lugar cercado.  Lugar de comunión del Hombre con Dios.  Por eso los templos, para imitar un paraíso, querrán tener sus precintos y sus muros.  Por eso habrá lugares sagrados delimitados, para que se pueda hablar de "adentros" y de "afueras" referentes al hombre en relación a Dios.
Si amar es "elegir", elegir es separar.  Y entonces amar es delimitar.  Se dice "mi dilecto amigo", "mi predilecto", "mi distinguido".  Y Dios dice de su Hijo, "Este es mi Hijo muy amado, mi predilecto en quien se complace mi alma".  Y Jesús a los suyos: "no me elegisteis vosotros a mí, yo os elegí a vosotros".  Amar es elegir, separar y poner límites, entre el afuera y el adentro del amor.  Amar es envolver los límites del otro en un Amén, en un abrazo de la voluntad que afirma su ser y lo envuelve protegiéndolo.
Por eso en el Cantar de los Cantares, la amada es "Fuente cerrada y Jardín cercado".  Encanto limitado.  Encanto de los límites amados: Yo soy para mi amado y mi amado para mí.  Es la voluntad cautivada, la que en estos vínculos, conoce los límites del amor.  Una voluntad que se limita a sí misma.  Libertad que se ata en la fidelidad.  El amor es cerco para sí mismo ¿con qué podría acotarse la libertad, que no fuera violencia, sino con un cerco de libertad?  Si alguien quisiera comprar el amor se haría despreciable.  Y si alguien quisiera encerrarlo en un coto que no fuera de amor, también.
Por eso, el Paraíso, es un cerco de amor que confina consigo mismo.  Donde el límite amado es la fidelidad al propio amor.  También esto es humildad, y también esta humildad vive de esperanza.  El que se entrega todo por los tres votos, sólo se queda con la esperanza del don de permanecer fiel a esa entrega.
8 El Todo es mi Parte.  Todo El es mi Parte
El Salmo 15 nos muestra un caso de extralimitación por limitación, de exaltación por humillación.  El salmista es allí un levita.  Todas las tribus de Israel habían recibido en suerte un territorio, una parte de la Tierra Prometida.  El territorio de cada tribu, su herencia, su porción en la Promesa a los Patriarcas, es objeto de un inventario geográfico amoroso.  En el Libro de Josué, la Geografía se exalta a nivel de una Liturgia, de una Liturgia celeste, donde la Tierra se hace por un momento imagen del Cielo.  Cada monte, torrente, pueblo, campo, le cae en suerte - y en la suerte está la mano de Dios - a alguna de las tribus.
Sólo los levitas no tienen parte en este reparto.  Su parte, su heredad, es el Señor mismo, es el altar, el templo, el culto de Dios: "El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte (la piedrecita del sorteo y el territorio sorteado) está en tu mano; me ha tocado un lotecito delicioso (edénico), me encanta mi heredad (la parte de mi herencia)" (Salmo 15,5-6).  Dios ha dilatado las fronteras del levita.  Le ha dado como parte, no una tierra, sino que, limitando su "derecho a una tierra", ha hecho de ese límite el privilegio de tener su parte en el Todo.  En primer lugar porque su parte es un diezmo de todo lo que fructifica toda la Tierra Santa.  Pero sobre todo porque su parte es el Señor, su parte es el Todo. Todo es la parte del que no tiene nada.
En la vocación del levita se prefigura la del sacerdocio y de la vida religiosa.  Y nosotros podemos apropiarnos las palabras del levita.  Amar nuestra vocación religiosa, es amar nuestra herencia.  Los límites que nos imponemos con los votos, expresan nuestro anhelo de la ilimitación del amor.  O mejor dicho, nuestro deseo de que Dios dilate nuestro corazón y nuestro amor: Dilatasti cor meum.  Ya no sólo para "correr por el camino de tus mandamientos" (Salmo 118,32) sino para "correr detrás de su perfume" (Cantar 1,3).
El Salmo 15 contiene una promesa de esperanza respecto de la resurrección de los muertos.  Es el célebre: "no me entregarás a la muerte; no dejarás que tu fiel conozca la
corrupción" (v.10).  El que no tiene parte en esta tierra por amor del Cielo, no puede concluir su camino en una fosa de esta tierra.  En su humildad lee con esperanza inscrita la promesa: "Me enseñarás el camino que va a la vida; me saciarás de gozo en tu presencia; de alegría perpetua a tu derecha" El que se humilla será exaltado.  Los levitas no tienen parte en esta tierra y por eso son establecidos por testigos del Cielo.  De nuevo aquí, la humildad es sostenida por la esperanza.  La desposesión terrena alimenta la esperanza de una posesión eterna.
9 Jesús manso y humilde
El modelo de amor a los límites de la condición humana es Jesús.  El es el maestro que nos enseña a amarnos según verdad y por los motivos que nos hacen amables a Dios.  El camino de una humildad libre de masoquismos o insanias morbosas.  Libre de los lazos de la soberbia.
Jesús, como lo canta el himno de Pablo: "no se aferró a su condición divina...sino que se anonadó, se vació...se despojó de su gloria...tomando forma de siervo".  En griego se lee "sjema", forma, o también "vestido".  Sjema era el vestido que caracterizaba a un personaje en la escena.  Es el vestido que singulariza, individualiza, distingue y aparta, para un rol y no otro, y que en el anfiteatro griego permitía distinguir desde lejos a los actores. Vestido de esclavo.
Jesús, verdadero hombre, asumió un destino humano, asumió límites.  Dejó la gloria divina de la ilimitación y se revistió por amor (ilimitado) de nuestra condición limitada.  Sometió su libertad humana al límite de la voluntad divina, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz.
Por eso, Dios lo exaltó.  Porque Jesús se limitó, Dios lo dilató y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos y en la tierra y en los infiernos y toda lengua proclame que Cristo Jesús es Señor (Filipenses 2,9-11).
Jesús recibe una gloria eterna y sin límites porque abrazó sus límites.  Y todos los seres, sin limitaciones, proclamarán su nombre y "se declararán chiquitos" ante él.  No otra cosa es doblar la rodilla que achicarse voluntariamente: confesarse pequeño y estar dispuesto a disminuirse más aún.  En el decir de Juan Bautista; conviene que él crezca y que yo disminuya.  Por eso no hay otro mayor que el Bautista entre los nacidos de mujer.  El que se humilla será exaltado.  Quien ama sus límites será dilatado.
10 Paciencia
Dijimos al comienzo que la humildad se muestra, en la obediencia y en la paciencia, como aceptación y amor de los límites.  Jesús fue obediente y paciente: obediente hasta la muerte y muerte de Cruz.
Si correr por el camino de los mandamientos ensancha y dilata el corazón, como dice el Salmo 118,32, también aceptar la tribulación y el sufrimiento nos dilata.  Esa es también una forma de aceptar y amar nuestros límites.
Así lo enseña el salmista cuando dice: "En el aprieto me diste anchura" (Salmo 4,2).  Como dice la Vulgata: "in tribulatione dilatasti mihi": me dilataste en la tribulación. Es la misma doctrina de la exaltación en la Cruz, del Verbo humillado, que canta Pablo en el himno de Filipenses 2.
Es el camino "estrecho" que Jesús ofrece a sus seguidores.  Nuestro corazón dice: "por tus caminos correremos".  Jesús enseña: "el que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".  Negarse a sí mismo es negar el propio querer, el propio apetito o concupiscencia.  Imponer límites a ese querer de la carne contrario al del Espíritu.  Ponerle al querer, límites de amor.
"Me estuvo bien sufrir - dice el sabio salmista - porque así aprendí tus mandamientos" (Salmo 118,71).  La tribulación lo introdujo en la sabiduría de los mandamientos:  el sabor de la voluntad de Dios.  Así el sufrimiento es pedagógico, enseña.  Juan Pablo II lo ha enseñado magistralmente en esa joya de la literatura universal sobre el dolor que es su encíclica Salvifici Doloris (El Dolor Salvífico): "El sentido del sufrimiento - dice el Papa - es la manifestación del amor".  In tribulatione dilatasti mihi.  En el límite te encontré a Ti.  "Gustad y mirad la bondad del Señor; dichoso el fuerte que se refugia en El" (Salmo 33,9). David gustaba la bondad del Señor cuando su vigor ya no le servía de nada: en el pozo de la tribulación, en la última cueva del desierto, asilado en la tienda de su peor enemigo, perseguido por su propio hijo, maldecido por un hombre ruin.  Desde su límite clamaba al Señor y gustaba la dulzura de la bondad divina auxiliadora y fiel.
11  La humildad esperanzada de San Ignacio de Loyola
"Piense cada uno, - dice San Ignacio - que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés" (E 189).  Al que se humilla Dios lo exalta.
Las tres maneras de humildad de San Ignacio, comienzan por la obediencia hasta el martirio (la primera), siguen por la indiferencia heroica y terminan en la chifladura por Cristo: loco por Cristo (E 165-167) si igual o mayor servicio y alabanza fuere a la su divina Majestad.  El camino de Jesús va por la humillación de sí mismo, por pasión de la gloria, servicio y alabanza de Dios.  De nuevo, como con el Bautista, conviene que El crezca y que yo disminuya, porque mi gloria es su Mayor Gloria.
En una carta al Duque de Gandía, canonizado después como San Francisco de Borja, San Ignacio muestra a la vez su experiencia de la limitación a la vez que una ilimitada confianza en la gracia:
"Yo para mí me persuado que antes y después (de concedida una gracia de Dios) soy todo impedimento; y de esto siento mayor contentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro, por no poder atribuir a mí cosa alguna que buena parezca; sintiendo una cosa (si los que más entienden, otra cosa mejor no sienten), que hay pocos en esta vida, y más echo, que ninguno, que en todo pueda determinar, o juzgar, cuánto impide de su parte, y cuánto desayuda a lo que el Señor nuestro quiere en su ánima obrar." (Fines de 1545; Ep I, 339-342; OC 26a. p. 702).
Cuanto más convencido está Ignacio por experiencia espiritual de su insuficiencia y limitación para toda eficacia espiritual, y cuanto más acepta esa limitación, tanto más espera en la gracia, de la que todo le vino, todo le viene y todo le ha de venir, no obstando para ello que él sea "todo impedimento": limitación-limitante, diríamos.
Para conseguir el fin de la Compañía que es ayudar a las almas para que consigan su fin último y sobrenatural, San Ignacio recomienda los medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano, (Ignacio considera que estos son más eficaces que los que lo disponen para con los hombres) como son los medios de bondad y virtud, y especialmente la caridad y pura intención del divino servicio y familiaridad con Dios.  Por eso Ignacio recomienda que en la Compañía debe procurarse que todos se den a las virtudes sólidas y perfectas y a las cosas espirituales, y se haga de ellas más caudal que de las letras y otros dones naturales y humanos.  Porque aquellos interiores son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que se pretende (Constituciones, Parte X, 813).
También en el espíritu de San Ignacio, la esperanza es sostén de la humildad.  San Ignacio reconoce no sólo la limitación propia y de los medios humanos, sino que sabe por experiencia que son capaces de impedir y limitar la eficacia divina.  Pero ni esa limitación-limitante es capaz de desanimarlo o de hacerlo pesimista respecto de las letras y los dones naturales y humanos.  Reconociéndoles sus límites San Ignacio liberó a los jesuitas para la esperanza.
Los Ejercicios son escuela donde se enseña a ofrecer a Dios el propio querer y libertad, para que así de su persona, como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad (EE 5; 234).  Ofrecerse a sí mismo enteramente, con todos sus límites, para ser dilatado por Dios.  Este abandonarse en las manos de Dios humilde y confiadamente se hace posible por la esperanza:
"El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna,  no abandones la obra de tus manos"  (Salmo 137,8).
Horacio Bojorge S.J.
[14 junio 2013]
Este escrito se publicó como folleto en el : Boletín Ignaciano [Parr. S. Ignacio, Montevideo], SuplementoNº 17, 1993, 10 págs. Se republicó como artículo: 1º) en:  Gladius (Bs.As.) 10 (Abr. 1994) Nº 29, pp. 5-13;  2º) en:  Boletín de Espiritualidad (Prov. Argentina de la Compañía de Jesús) Nº 165,(May-Jun 1997) pp. 16-27; 3º) en:  Boletín de Espiritualidad  (Prov. Mexicana de la Compañía de Jesús) 13 (1998) Nº 54, pp. 15-22. Por fin se incluyó en el libro “Mujer: ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia”, Ed. Lumen, Buenos Aires-México 1999 (1ª Ed.), págs.. 94-105

[1]Mateo 23,12; Lucas 14,11

[2]Fue bueno para mí que me humillaras, Señor (Salmo 118,71)

[3]Salmo 15,6

[4]Salmo 137,8

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